Remembranzas
La danza se ha manifestado como la constante sensación de estar al desnudo, hemos cruzado caminos de las formas más vulnerables y generado un flujo en común. La conocí como una confesión, se presentó ante mí con una delicadeza que ha mantenido el interés vivo a través de los años. Sin embargo, como toda buena relación que se ha prolongado en el tiempo, nuevas necesidades surgen y se manifiestan.
Al pensarme en retrospectiva me encuentro recayendo en tres lugares específicos, el antecedente, el vivir y el recordar. Es así como llegan los tres bloques de este texto; el confesionario, el reflexionario y las cavilaciones; entender de dónde vino el impulso, cómo fue manifestándose y qué ha generado en mí, me hizo poder ordenar y abrazar las vivencias compartidas con la danza y la academia.
El confesionario surge como una forma de poner en palabras las aproximaciones más viscerales de mi relación con la danza, aquellas cosas que a hoy recuerdo más como impulsos que fueron guías, como un primer atisbo del movimiento como posibilidad.
El reflexionario aterriza frente a mí desde la nostalgia. Llega como el desarrollo de dichos impulsos para poder ponerlos en palabras, esclarecer pensamientos tintados de niñez y resignificarlos a mi presente.
Las cavilaciones son realmente un abrazo, se presentan ante mí con orgullo de ver hacia atrás y admiración por quien soy hoy. Son gratificantes y amorosas, son una sonrisa para el yo que escribe esto. Las cavilaciones son el recuento de la decisión y los frutos de la misma, son el pago del voto de confianza.
El Confesionario
Desde que tengo memoria, me puedo definir como alguien a quien le cuesta el entregarse de lleno a algo. Mi cabeza divaga en múltiples estados de alerta, inconscientemente navego en la marea de las dudas. La necesidad de cambio y movimiento constante son lo único que conozco.
Recuerdo estar en mi cuarto, aprendiéndome coreografías de videos que amaba, escuchando canciones y encerrándome para poder bailar. Brincando y cantando en reuniones familiares, pensando que era el mejor regalo que podía dar. Hay pocos estados del yo de ahora, que no se encuentren tintados por el yo con dientecitos de leche.
Cuando decidí estudiar artes escénicas, fue la primera vez en mi vida que tomé una decisión que se sintió completamente propia. La danza se ha manifestado ante mí como ese espacio seguro en que la única expectativa importante es la propia, logro despojarme de quien soy en mi cabeza y abrazarme en presente.
Me cuesta aceptar un halago, porque no siento que lo que hago es suficiente como para recibirlo. Siempre hay algo que mejorar, y siempre hay alguien de quien aprender. Sin embargo, cuando me muevo logro dejar ir esta imposibilidad por un momento, logro ser yo quien se maravilla conmigo mismo.
La comparación ha sido una constante en mi proceso, a hoy no tengo claro si me motiva o me estanca, solo sé que ver a mis pares y maestros en movimiento siempre me hace buscar más y más dentro de las posibilidades que me permite mi corporeidad.
Me avergüenza pensar en la cantidad de veces en que he deseado renunciar a la danza y me inquieta la forma en que siempre termino gravitando hacia ella. Fui criado aspirando estabilidad, pero la vida me ha permitido enamorarme del vértigo y del desequilibrio.